Además del número y nombre de cada carta, lo que realmente importa a la hora
de su interpretación son las imágenes que en ella aparecen. El Tarot es un
libro en el que apenas hay nada escrito y, sin embargo, todo está insinuado
para que podamos proyectar en él, como en una pantalla, nuestras emociones
y sentimientos, nuestros miedos y deseos, haciéndonos más conscientes de todo
ello. En su escenografía surgen hombres y mujeres de pie o sentados, quietos
o en movimiento. Sus vestidos, objetos y accesorios. Niños, jóvenes, adultos
y ancianos. Animales: caballos, perros, leones, aves, cangrejos en estanques
de agua. Árboles y plantas a modo de fértiles promesas. Torres, muros, figuras
circulares, fuego celestial, astros; incluso ángeles andróginos e híbridos
de hombre y de bestia. Toda una alegoría simbólica donde se aúnan y distinguen
lo divino, lo humano, lo infrahumano y lo diabólico. Lo del cielo, lo terrestre
y lo subterráneo, y también lo masculino, lo femenino y lo neutro. El encuentro
entre luz y tinieblas. La razón y los instintos. Lo espiritual y lo material.
En cada una de las cartas del Tarot aparecen una o varias de estas imágenes
siempre alusivas a los impulsos y emociones que mueven nuestros actos en determinadas
situaciones y circunstancias. Estas figuras, ya vayan solas o acompañadas en
cada naipe, se diferencian bien entre sí para indicarnos cuál de ellas es la
principal y quién protagoniza tal escena y tal otra en el drama de la propia
vida.
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Hombres:
En general, los hombres se asocian a atributos solares, tradicionalmente
masculinos. El consciente, la razón, la voluntad, el coraje, la acción,
el ego. La expansividad y la energía dadora y creadora.
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Mujeres:
Las mujeres enlazan con los valores lunares y femeninos del alma humana.
El inconsciente, la intuición, la emoción, la imaginación y la invaginación
del elemento creativo; la re-acción, el alter ego. La fertilidad y la energía
receptora y gestante.
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Niños
y adolescentes: Representan la inocencia, la libertad, el libre albedrío
y la falta de ataduras materiales y morales que caracterizan al intelecto
y a la razón en vías de desarrollo. Se les asocia con estados embrionarios
del alma, aparecen en muchas cartas y en períodos de crecimiento de cualquiera
que consulte el Tarot, al margen de su edad.
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Personajes
maduros y ancianos: Indican mayor conocimiento de los propios límites,
sabiduría y reflexión, capacidad selectiva para proponerse objetivos concretos
aun a costa de necesarias restricciones. Muchas veces aparecen sentados
en tronos, como aludiendo a que han llegado ya a un estatus determinado
que a la vez les marca un tope. Pero no siempre: el Ermitaño está de pie,
indicando así su inagotable afán de conocer. Tampoco importan, en este caso,
los años ni el sexo u otras condiciones sociales o personales del propio
consultante.
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Andróginos y ángeles: Seres neutros,
ángeles y demonios, hermafroditas asexuados y no obstante bisexuados, casi
omnipotentes, figuras aladas y fantásticas que nos conectan con el cielo y
con el infierno en que podemos convertir nuestra vida aquí en la tierra, surgen
también del Tarot. Estos seres son los mensajeros de mundos celestiales y
subterráneos pertenecientes a lo más espiritual y a lo más material que vive
en el alma humana. Podríamos decir, ciertamente, que una mano anónima pero
semejante a las nuestras, los dibujó en el Tarot para reiterar la condición
semidivina y a la vez semidiabólica que nos distingue del resto de las criaturas.
Y que a su vez nos permite comunicarnos con nuestro Yo Superior y con nuestro
Yo Inferior.