Se puede decir que el universo, siempre activo, es eterno e infinito, y que el concepto de tiempo es netamente humano. Pero la realidad terrenal en que vivimos nos hace sentir la experiencia lineal del pasado, presente y futuro. A la vez, el tiempo es circular como el reloj que lo mide y el calendario dónde se suceden los meses correspondientes a las doce constelaciones por donde el Sol parece viajar a lo largo de un año. El tiempo es cíclico como las cuatro estaciones, o como la noche que siempre vuelve al día, y viceversa. El tiempo es redondo como el cero y la Nada, pero a la par, es la eternidad donde está el Todo. Haríamos bien en pensar que, en realidad, sólo existe el aquí y ahora, que es donde reside la energía y el poder para proyectar lo que aún está por venir y reciclar períodos previos.

Aun así, el astrólogo, confrontando la Carta Astral de un instante concreto con la posición que los astros tengan en otro momento, puede retrotraerse al ayer o hacer predicciones, además de observar el presente. Puede medir el tiempo y los ciclos que vivirá lo que nazca en una fecha, hora y lugar, con un aceptable margen de error. Igual que, con sólo catar el vino, el enólogo averigua su cepa, origen y procedencia, pues, las circunstancias en que se plantó la vid influyen en su fruto del mismo modo que una configuración planetaria lo hace sobre lo que nace bajo su signo, aunque sólo sea una uva. El momento y lugar de la siembra es fundamental, desde luego, en la calidad y desarrollo ulterior del producto, los agricultores lo saben bien. Y aunque en el vino actúen aún circunstancias posteriores como la forma en que efectuó la cosecha o el envasado, una persona podrá variar también sus primeras tendencias desarrollando su personalidad, libre albedrío y madurez...